La isla de San Simón, agotada de sangrientas contiendas, vivió un período de reposo hasta la llegada de un nuevo enemigo aún más temible que las tropas y los navíos de guerra. El mar sería en este caso el transmisor de hasta entonces desconocidas enfermedades infecciosas que se expandieron en Europa en pleno apogeo del comercio exterior con Asia, América y África.
Estas epidemias mortales obligaron a crear por todo lo ver continente numerosas estaciones de cuarentena en las que los pacientes infectados eran aislados de los núcleos de población para evitar contaxios.
La historia contemporánea de la isla comenzaría el 1 de junio de 1838, con la inauguración del lazareto marítimo de San Simón para complementar al centro de Mahón, único hasta entonces en España, saturado de pacientes y situado en el alejado Mediterráneo. La denominación con la que fueron bautizados estos espacios se debe a la orden religiosa militar creada durante las cruzadas para el cuidado de los enfermos de lepra, una afición que se conocía como el Mal de San Lázaro por la creencia de que fue la que llevó a la muerte al hermano de María y Marta, resucitado por Xesús.
La construcción de la casa de plagas de San Simón fue un importante y costoso proyecto de ingeniería y arquitectura que permitiría la transformación de la isla en un centro sanitario no solo para la acogida de enfermos, sino también para el control de infecciones y cuarentena de los tripulantes y pasajeros de barcos procedentes del exterior con destino a los puertos de Galicia y de todo el norte peninsular.
Pocos años después de entrar en funcionamiento, el centro fue clasificado como lazareto sucio, destinado al ingreso de enfermos irrecuperables y desahuciados, con graves enfermedades contagiosas, recluidos en la vecina isla de San Antón.
Por mor de esta recalificación fue necesario separar la zona de cuarentena de los buques y el pasaje, ocupada por San Simón, de la isla de los pacientes contagiosos, San Antón. Ambas estaban comunicadas por un puente flanqueado por dos portalones que sólo podrían atravesar los enfermos terminales y las monjas que los cuidaban.
La creación del lazareto supuso la transformación definitiva de la fisonomía de las islas. Se construyeron edificios con diferentes funciones, infraestructuras portuarias y de servicios para acoger a los numerosos buques que atracaban en el pequeño archipiélago, así como espacios verdes entre los que se encuentra el actual parque o el Paseo de los Buxos, uno de los grandes atractivos de la isla que hoy es un emblema de San Simón por su antigüedad y su singularidad.
A lo largo de los 85 años de historia del lazareto se atendió la tripulación y el pasaje de miles de buques que debían transitar obligatoriamente por la isla para pasar la inspección sanitaria y someterse a la cuarentena. Esto implicaba el atraque temporal de los barcos y múltiples necesidades de aprovisionamiento y organización, lo que favoreció la creación de empresas consignatarias y el auge de las actividades portuarias en la ría de Vigo.
Por tanto, y a pesar del desgraciado motivo, el lazareto criado en estas pequeñas islas abrió la puerta a un crecimiento sin precedentes en Vigo y toda su comarca, llegando a convertirse en el principal puerto de la costa atlántica española y precipitando un rápido crecimiento demográfico y un meteórico desarrollo industrial.
Este apogeo fue languidecendo conforme avanzaban las investigaciones sobre tratamiento y prevención de las enfermedades epidémicas. Así, desde finales del siglo XIX, y hasta el cierre definitivo en 1927, el lazareto acabó convirtiéndose en centro de reposo y en sede para la celebración de diversos actos públicos.